martes, julio 17, 2007

Tu nombre me sabe a Umami

Hace unos meses me encontré con la agridulce noticia (y no es un juego de palabras) de que el parnasillo clásico de los sabores (ese tetraedro, casi escolástico ya, de amargo-dulce-salado y agrio) se había visto aumentado con un miembro más, otro visitador de papilas y receptores neuronales. El interfecto se llama umami (el nuevo sabor, digo), y por lo visto ya se paseaba por paladares desde tiempos inmemoriales, pero no habíamos advertido su presencia. Más bien no habíamos advertido su diferencia, la unicidad que le separa, discreto, de sus hermanos de lengua. Por lo visto es un sabor que tiene la carne, o la salsa de soja, por debajo de lo salados que éstos estén.

Como estas cosas de la diferencia esencial me tienen hace meses que me voy por un hilillo a la más mínima, se me quedó esta idea del regustito nuevo como arrebañada en el alma, paciendo tranquila y olvidada. El cursi de Bécquer le diría que una voz como Lázaro espera que le diga: espabila, Fabila, que te come el oso; poco más o menos.

Vamos, que ni se sabe cuánto tiempo hace que saboreamos el dichoso umami, pero como no estaba en el catálogo, pues nada. Lo de la rosa y el nombre, ya sabéis. Si no te llamas, no existes. Si no te llaman, para qué te cuento. Y le dan a uno ganas de agarrar a Umberto Eco por el cuello y agitarlo hasta que se le caigan los sememas de las pestañas. Jodida semiótica y madre que la parió.

Uno se va haciendo, con los años, más de memes que de genes, más de ideas que de letras, aunque se intente uno escribir a diario -mire usté qué tontería-, y use palabras porque otra cosa no tiene.

Luego viene Serrat (bendita sea su gracia), y se me cuela por los respiraderos con lo de que hay nombres que saben a hierba, de la que crece en los montes. Se me ocurre que hay otros que saben a umami, que pierden el frescor de la verdura y que, cuando los paladeas durante años, por más que te niegues a reconocerlo, queda ese sabor irrepetible del fracaso. Se pega al cielo de la boca como una mala resaca y no te lo sacas con nada.

Nombres que ya no quieres pronunciar más. Y te impones una dieta salvaje de otros nombres y otras pieles, como para olvidar el nombre imposible. Y te adelgaza el recuerdo, la memoria se te encanija y el ánimo se te espanta.

Ya os digo. Empecé una dieta para ver si me curaba, y en quince días he perdido dos semanas.

jueves, junio 28, 2007

¿De qué se mueren los pájaros?


El otro día estaba mirando a las palomas, trasteando en una playa que no viene al caso, picoteando aquí y allá, y me dio un arrebato de los míos, de esos de pensar en cosas bobas.

Al principio pensé que las palomas que viven en la costa, al pasarse la vida picoteando entre la arena de la playa (cerciorándose de que debajo hay adoquines y no al revés, por eso las palomas ya no son idealistas), tienen que tener los riñones de mármol, las pobres.

Luego me acordé que hace no mucho leí en algún lugar que cerca del 80% de las palomas urbanas (signifique esto lo que signifique) están mutiladas. Lo cierto es que en las que me fijé se cumplía esta estadística. Casi todas tenían las patas dañadas. Por lo visto los cables que decoran nuestras ciudades influyen definitivamente en la manera de andar de las palomas. Es otra manera de marcarles el paso.

Pero lo malo vino después. Que no paré de pensar y me entraron las siete cosas.

Los humanos y los animales domésticos nos morimos con un guión bien establecido (quién sabe por quién, eso ahora es lo de menos). Quiero decir que nos morimos por algo, o de viejos. Y morirse de viejo no es más que morirse por algo pero que, al pasar de cierta edad, es como si a la ciencia le costase ya diagnosticar siquiera el mal concreto, y nos deja morirnos de viejos. Con nuestras mascotas pasa lo mismo.

Pero ¿y los animales sin dueño? ¿De qué se mueren los pájaros de la calle?

Raro es el día que no veo a una paloma o a un pajarillo tieso sobre el asfalto (vivir en el centro de una gran ciudad es lo que tiene). Pero nunca me he preguntado hasta ahora de qué se han muerto. O simplemente asumía que habían muerto porque les tocaba.

Al animalejo quizá le aquejaban varias enfermedades, pero como no había nadie para consignarlo, pues como si no las tuviera. Caben para ello dos explicaciones:

Una: Que efectivamente no tengan enfermedades y todos los animales sin dueño se mueren de viejos. Las enfermedades serían así constructos sociales, humanos, que actúan en ellos y en sus mascotas (si asumo eso, ya no me dan la siete cosas, sino las setenta y siete).

Dos: La enfermedad solo existe si hay un ojo que la cataloga, un médico (o veterinario) que certifica su existencia. Sería la realización, la actualización o puesta en acto la mise à jour de la enfermedad lo que le daría patente de existencia. En caso contrario, no existe.

¿Qué diferencia hay entre morirse de algo y morirse de viejo? Una convención social, ni más ni menos. La diferencia, en esencia, es el mero hecho de que hay edades en las que se nos antoja que no se debe de morir, como si tuviéramos la potestad de decidir a partir de qué momento es lícito pasar a endulzar las fresas como dicen los franceses (supongo que se refieren a endulzarlas desde abajo).

Así que al final nos enfrentamos al sempiterno problema de nuestra actitud ante la realidad. Una actitud para la que soberbia es un adjetivo que se queda corto.

La enfermedad, así considerada, se nos revela como una coartada y, por extensión toda la ciencia diagnóstica. La enfermedad nos transciende, nos limita y nos modifica. Y nuestra respuesta es combatirla. Una respuesta lícita, por supuesto, pero que olvida a menudo que la consecuencia inevitable de estar vivos es pasar en algún momento a estar muertos. Pasar de la consideración de la enfermedad como un accidente inevitable que es lícito combatir científicamente, a convertirla en una realidad social que permite a los humanos decidir cuándo se debe o no morir, eso ya no es tan lícito.

Así que ya no nos deberíamos morir de viejos o, en su defecto, por enfermedad alguna. Aquí o todos, o ninguno. Luchar contra la enfermedad es bueno (al menos científicamente), pero no lo es luchar contra la muerte. La enfermedad no es una coartada para algo tan iluso como combatir la muerte. Porque combatir la muerte es combatir la misma vida. La muerte no es lo opuesto a la vida, sino su consecuencia. Y el que el tiempo vivido nos parezca, subjetivamente, suficiente o insuficiente, no nos permite, éticamente, calificar la muerte de mejor o peor; no nos da derecho a establecer una fecha tácita de caducidad.

Los pájaros se mueren en silencio, a solas con sus dolencias si las tuvieron. Tranquilos de no saberse enfermos, sino vivos. Solamente despreocupados y vivos. Hasta que dejan de estarlo y entonces ya es tarde, por suerte, para preocuparse.

lunes, junio 18, 2007

La Tecnología que nos descubre


Dado que uno se dedica a lo que se dedica, es difícil en ocasiones ver el bosque a través de los árboles.

Hace unos días, en una conversación sencilla, se me vino a la cabeza la idea extraña de que en la tecnología que nos rodea se esconde una paradoja de la que no creo que seamos del todo conscientes.

Cuando leemos en la prensa. o en Internet, que se ha descubierto una nueva técnica, o una tecnología hasta ahora desconocida, solo es cuestión de tiempo ver que, donde nosotros descubrimos algo, intrísecamente nos estamos descubriendo a nosotros mismos. Y en más de un aspecto.

En primer lugar, toda tecnología (voy a decir una obviedad) vine a solucionar una carencia, bien positiva (procedimientos para solucionar problemas hasta ese momento imposibles de resolver), bien negativa (mejorar tecnologías existentes, corregir errores de otras tecnologías, etc.). Nos descubrimos así en evolución. Retos que antes se nos antojaban imposibles de afrontar, ahora son hitos en la carrera científica, técnica o tecnológica.

Pero en segundo lugar, y esto ya no resulta tan obvio, nos descubre como seres humanos en tanto que usuarios de la tecnología.

Quiero pensar que como científicos el ser humano progresa cada dia a pasos agigantados (especialmente en el último siglo). Pero como personas, el avance es cierto pero más pausado. Seguimos dialogando con pensadores que llevan siglos muertos, y nos siguen inquietando las mismas preguntas que dieron lugar a la filosofía.

El denominado Riesgo Tecnológico, que considera toda actividad tecnológica modalizadora del mundo y de la concepción que de él tenemos como humanos, se va oscureciendo, se va ocultando detrás de asertos de eficiencia y progreso que, a la postre, en un buen número ya van demostrándose falaces. Tecnologías clásicas del mundo de la energía (hidrocarburos, fusión nuclear, etc.) que se pusieron en producción hace décadas como salvadoras del mundo, han acabado desvelándose como las grandes falacias de una tecnología diseñada justo como no se debe de diseñar, impulsada sin criterios democráticos, sin debate fértil, impuestas de un modo absolutista por corporaciones y gobiernos interesados en aquéllas.

Queda pensar el uso que en este mismo instante hacemos de la tecnología y su riesgo ético para las generaciones futuras.

Las comunciaciones cada vez son más numerosas, pero nunca los seres humanos han estado más incomunicados. La rapidez de la mensajería más que acercarnos,. nos aisla en un diálogo estéril. La inmediatez de determinados modos de producción, lejos de mejorar los productos, sólo los abarata y hace más ineficaces.

Un ejemplo de andar por casa: el conocimiento de la físca del sonido es mejor que nunca, y la tecnología de reproducción sonora se encuentra más desarrollada que nunca. El audio digital ya es barato y, sobre todo, fácil de producir. Pero, paradójicamente, para poder disfrutar de una calidad de audio similar a la que hace 20 años disfrutábamos con los vinilos, seguimos teniendo que desembolsar una cantidad de dinero muy similar a la de hace 20 años, con lo que al resto, a esa inmensa mayoría que escucha CD's de MP3's en el coche y en casa -entre los que me incluyo-, la economía de los formatos sólo les permite escuchar música "de cualquier manera". La industria, agente de la tecnología punta, ofrece productos abaratados para saciar engañosamente el ansia de progreso y mejora de los usuarios, beneficiándose exclusivamente ellos del bajo coste de las tecnologías. La democratización de la excelencia sigue siendo una utopía.

Lo mismo podemos decir del video, de los transportes (veáse la proliferación de low-cost's), hasta de la educación misma.

A mayores avances tecnológicos, menor calidad de los productos. A mejor tecnología, mayor polarización de los criterios de calidad. A mayor riqueza, peor reparto.

La tecnología de la información no escapa a este riesgo ético. La autocomplacencia que demostramos por las autopistas de la información, por la democratización de la información, etc. se revela más como deseo que como hecho cierto. La estadística viene a demostrarnos que la información en Internet sigue en manos, en cerca de un 80%, de los grandes media mundiales que van fagocitando los medios independientes que osan asomar a Internet. Incluso estos medios se nutren de noticias de agencia ya elaboradas por los medios tradicionales. La generación de opinión libre e independiente, por tanto, sigue siendo un sueño por alcanzar.

La tecnología que descubrimos, como decía al principio, a su vez nos descubre como los mismos incapaces de antes, con mejores camisas y más ruido. Nada es más fácil que antes. El artefacto, el principio de "verum est factum" nos atenaza, se muestra como pecado original. Sólo los desvalidos profesan la religión del progreso mecánico (Mateos Riaño).

La tecnología, como decia antes, no solo crea mundo, ensombrece la verdad del Ser e incluso deviene en el menoscabo del dasein de Heidegger, sino que además hemos permitido que se corone configuradora del mundo de lo deseable y preferible, de lo bueno, lo útil y lo necesario, y -lo que es mucho peor- de en manos de quién eso bueno, útil y necesario debe recaer y en manos de quién no.

domingo, junio 17, 2007

La Ficha 16


Cuando no era más que un crio, cuando las consolas de videojuegos no eran ni ciencia ficción porque nadie se las podia siquiera imaginar, había un juego al que creo que todos hemos jugado alguna vez. Creo que se llamaba "el quince" o algo así.

El juego consistía en una serie de fichas planas, confinadas en una pieza de mayor tamaño que las alojaba a todas y de las que aquéllas no se podían sacar, pero que podían ser deslizadas a lo largo y a lo ancho. 15 piezas numeradas del 1 al 15. La finalidad del juego consistía en ordenar esas 15 fichas. El rectángulo que las contenía podía dar cabida, lógicamente, a 16 fichas, pero era la falta de una de esas posibles 16 lo que permitía al resto poder desplazarse a razón de "uno" en una de las dos coordenadas posibles, dependiendo de la colocación de sus vecinas.

Recuerdo que no era demasiado difícil conseguir ordenar los 15 números. No lo intenté demasiadas veces, pero sí recuerdo haberlo conseguido a los pocos intentos, así que no debía de ser muy complicado. La que sí me ha quedado muy viva es la sensación, bastante angustiosa, de que en el fondo el juego era un tablero incompleto y de que, por algún motivo, siempre me hubiera gustado encontrar en alguna juguetería el tablero con las 16 fichas al completo. Por supuesto, no se me escapaba que la presencia de la ficha 16 hubiera bloqueado el juego, pero me parecía un precio asumible si lo que se conseguía era, por fin la completitud.

En los últimos tiempos me he acordado mucho de este juego, pero más de aquéllas sensaciones que me provocaba.

Siempre simpaticé con la ficha 16. Jugaba a aquel juego con la secreta esperanza de que si al final colocaba todo en orden, aparecería la ficha 16 como por arte de magia, en su esquinita, abajo y a la derecha; y lo haría reluciente, porque estaría nueva. Vendría a cerrar un círculo, a premiar con su presencia el empeño de perseguirla. Sobra decir que nunca fue así.

La iluminación me vino cuando llegó a mis manos una versión de este juego que, si bien no estaba completo como yo deseaba (obviamente), sí que venía con una piececilla de "quita y pon" que cubría el hueco maldito, probablemente para evitar que el resto de piezas "oficiales" se desplazasen durante los transportes, etc. La pieza "advenediza" no era sino un mero circulillo de plástico con un pequeño asidero en su centro que permitía tirar de ella hacia afuera para liberar el espacio (sí, ese espacio ignominioso) que permitiera volver a jugar.

Y ahí me vino la luz. Esa pieza impostora había hecho aparecer, al menos para mis ojos, la ficha 16.

Todo el juego se basa en ella, en que no está pero permite con su ausencia que el juego se desarrolle. Es la ficha más importante del juego. El vacío que deja permite que ese juego cruel alcance el éxito de negarla definitivamente; porque al final, relegando su vacío a la esquina inferior derecha, hasta su ausencia se desdeña.

Así que tuve que dejar de jugar a algo tan estúpido como negarle a una pieza humilde su mero derecho a no estar.

jueves, marzo 08, 2007

Baudrillard se ha marchado

El mundo es un poquito peor desde el 6 de Marzo de 2007.

Se nos ha ido otro de los buenos: Jean Baudrillard. Pensador y, sobre todo, ser humano. Las dos cosas. Un pensador humano y uno de los pocos humanos que pensaban.

Deja su adorada Realidad para verla ahora desde más lejos, como siempre quiso. Objetivamente. La Realidad de verdad, lo real y no lo que nosostros, incapaces, realizamos.

Si alguien no lo conocía o no lo ha leido, ahora es cuando.

Una anécdota: En un artículo con un estilo mitad oráculo mitad posmodernismo puro, publicado dias antes de la Guerra de Irak, Baudrillard dijo que esa guerra no sucedería. Y cuando acabó el conflicto -o eso nos contaron-, en otro artículo afirmó que no había ocurrido.

Toda una reflexión sobre las guerras que se inventan por nosotros..

D.E.P.

martes, febrero 20, 2007

Vivir el doble de la mitad

Hasta las noticias de la tele ha llegado en los últimos meses el ascenso en el número de usuarios de una suerte de mundo virtual llamado Second Life.

En si no es un intento nuevo. Ya se había ensayado la comunidad virtual en muchos aspectos, desde los mas sencillos de civila.com, geocities.com, pobladores.com, hasta verdaderos ensayos de juegos de simulación social (SIMS, etc.).

El éxito de Second Life, quizá, haya sido el de asimilarse al mundo real del todo, en especial a aquellos aspectos más chuscos del fenómeno social.

Donde las iniciativas anteriores habían tratado de filtrar aquellos aspectos sobre los que el género humano regularmente viene quejándose, Second Life resulta que es en lo que hace más hincapié. O, cuando menos, es donde mediáticamente ha tenido más relevancia.

El mundo de Second Life es un mundo paralelo. Tiene todo lo que a este lado del espejo tenemos, exactamente igual, con la única diferencia que la toma de decisiones es más ágil y los avatares (aquéllos aspectos que influyen en nuestra persona -rol- sin que podamos ejercer un control sobre ellos) son menos. Y son menos, no porque el diseño del entorno lo impida explícitamente, sino porque el entramado social, me temo, no está aún suficientemente desarrollado. Así, las interdependencias entre individuos, a día de hoy, aún son bastante rudimentarias. Digamos que aún se puede disfrutar de una existencia bastante controlada y el éxito no es demasiado difícil de conseguir. De hecho es muchísimo más sencillo que en el mundo real. Y digo a día de hoy porque esta facilidad, esta “jugabilidad”, no es intencionada, sino que se produce, como decía, por encontrarse el entorno aún en los primeros estadios de su desarrollo (desarrollo social, porque técnicamente es, sin lugar a dudas, un alarde).

Pero hay dos aspectos (de entre los millones que se podían comentar) que me tienen alucinado.

Cada día más, la popularidad, el éxito, se traslada dramáticamente a los aspectos más deplorables del éxito humano, a los valores más tangibles y, por ende, más evanescentes, que como humanos somos capaces de crear.

En este mundo virtual uno diseña su personaje (el muñequito) a gusto del consumidor. Esto es, quienquiera que se dé una vuelta por el universo virtual que nos ocupa, verá un verdadero muestrario de clones, todos bellos y proporcionados. Sólo algunos “freaks” se deciden por crear su muñequillo con alguna tara física o, simplemente, con características físcas “no canónicas” (gorditos, feos, etc.). El resto, un porcentaje asombrosamente alto, se inclina por físicos “adecuados”, “ideales”. Con un cierto límite. Los muñecajos son bellos hasta un cierto punto, a partir del cual es necesario pasar por caja. Asi, con un par. Como lo oís. ¿Os suena de algo?

Hay ciertas características físicas de los roles que no son estándar, esto es, que se compran aparte. En el ránking de cosas que se compra la gente para el personajillo, están las tetas grandes, los culos poderosos y otros adminículos biológicos de similar pelaje cuya única función no es precisamente la de poder pasar más tiempo en la biblioteca, ni la de desarrollar una vacuna contra el chancro genital, pongo por caso,

¿Y como se compran esas cosas?

Con pasta, guita, parné, viruta. De la de verdad, De la que cuesta ganar. Billetitos. Eso sí, disfrazados de un nombre muy bonito pero que, al final, es lo mismo: hay que desembolsar un poquito del sudor de nuestra frente.

La moneda del engendro se llama Linden, y la entidad que controla los valores del engendro (en especial el del los Linden) es el Lindex, o sea una bolsa de las de toda la vida, en la que los valores suben y bajan a merced de las corrientes de mercado. Y sí, la respuesta a lo que os estáis preguntando es SI. Los Linden, vigilados por Lindex, son cambiables a US Dollars (a razón de 1 USD = 250 Linden), si bien el valor ha venido permaneciendo estable desde que se creó Lindex.

Y a partir de aquí, el límite es la imaginación de cada uno. Hay dinero (estable y aceptado) y hay vanidad. Hagan juego, señores.

Vaya como adelanto, y lo demás son deberes que tenéis para casa, que un ejemplo claro de uno de los negocios que más se está desarrollando en Second Life es..., venga ayudadme un poquito. Tengo unos cuantos Linden, y quiero más. Quiero muchos más. Los que tengo me dan para unas buenas tetas y una grupa caribeña, Mmmmmh..... Venga! Y encima no me pueden pegar nada en los humedales del muñecajo (no como en el Larry de nuestra juventud, cachituquetiempos!). Pues sí, señores, sí. Cyberprostitutes. Y ya es triste vender eso, pero ¿comprarlo? ¡No lo puede haber más tonto!

Hechas las presentaciones, caben hacerse muchas consideraciones.

La primera, por rigor, tendría que ser ¿qué lleva a los usuarios a darse de alta en este mundo virtual? Reducirlo a la excusa de la huida me parece demasiado simple. Una huida es, no cabe duda, pero una huida hacia adelante. Un a modo de apetito fáustico que nos impele a vivir vidas que nunca viviremos. A jugar con poder tomar decisiones sin grandes peligros. A desnudarnos del miedo y, si no somos valientes en este mundo de humores, serlo al menos en un mundo de mentirijillas. Como si los sables nos atenazasen la voluntad y jugásemos a guerreros con espadas de palo.

Las reglas no cambian sustancialmente. Hemos creado en este espacio el único mundo que somos capaces de imaginar: el real. ¿Valdrá aquí la aseveracion leibniziana de que éste es el mejor de los mundos posibles? ¿Será el paradigma de que el mundo es reflejo de nuestras capacidades, nada más y nada menos? Parafraseando al alemán, cuando decía que si Dios, en su libertad, crea un mundo, sólo puede ser el mejor posible, en una tour de force valga decir que si los hombres, sin venir a qué, movidos sólo por su inquietud, no sé si existencial, creamos un mundo cibernético, lo crearemos con las mismas carencias y virtudes que el que estamos acostumbrados a vivr. ¿O quién, si no, ha creado este Jammertal -o valle de lágrimas- que nos envuelve?

Por eso es un mundo sin demasiadas leyes explícitas, que sigue un principio permitivista, esto es, todo vale hasta que se cree un código en contra. Lo dramático es que, antes que los códigos de conducta, surgen los convencionalismos que dan lugar a aquéllos. En positivo, o sea, dando marco “legal” a un convencionalismo determinado, o en negativo -y esto es más grave-, limitando algunas tendencias que no por execrables son menos convencionales (homofobia, sexismo, racismo, etc.).

Porque el convencionalismo es instintivo a la sociedad. No, me corrijo. Es pulsional, por utilizar un término lacaninano. La sociedad, cualquier sociedad, tiende a buscar lugares comunes para la convivencia, convenciones sociales que, de manera instintiva y algo más, les hace afianzarse en sí mismas. Y este ensimismamiento es, probablemente, lo mas convencional del fenómeno social. Tan es así, que no imaginamos a los individuos fuera de la sociedad, sea ésto lo que quiera que entendamos, pero que casi nunca es distinto de La Sociedad en la que estamos inmersos. Por eso cuando visitamos países distintos, siempre venimos diciendo que es otro mundo. Pues no. Es el mismo. El que es otro eres tú. Como en la película Choose Me (algún día recuperaremos esa joyita), cuando el del bar le dice al prota ¿Usted es nuevo en el barrio?, y el otro le contesta No, yo soy el de siempre. El que es nuevo es el barrio.

En Second Life vivimos también la falacia de nuestros tiempos. Vivimos un mundo supuestamente pleno de libertades, en el que reina la ilusión de que podemos ser quien queramos, con todas las oportunidades al alcance de nuestra mano. Luego nos encontramos que no. Que tampoco aquí lo podemos conseguir. Nunca somos suficientemente ricos, ni guapos ni populares. Siempre falta algo que, lejos de servirnos de motivación (Dios te libre de conseguir tus sueños), las más de las veces sirven como fuente de frustraciones.

Bien es cierto que el poder no está representado por nadie en concreto, que no hay un gobierno reconocido, y que el modo de producción en términos materialistas parece novedoso. ¡Cagao puchao! Es lo de siempre. El poder es fáctico y se basa en relaciones, las más de las veces comerciales. Las grandes firmas (Apple, Coca-Cola, etc.) ya tienen sus espacios es Second Life, incluídas tiendas.

Si de política hablamos, Second Life puede suponer un caso de democracia llevada al extremo, y da verdadero pavor a lo que una democracia puede llegar. Y si de modos de producción hablamos, ya nos ponemos a llorar. Con todo a favor para crear un modelo de justicia social, un modelo que, dicho sea de paso, en este lado del espejo ha costado tantas vidas y tanta sangre, pues no. Replicamos aquéllo de lo que huimos, encantados como estamos de hozar en nuestra propia mierda. Vale que las consecuencias no son tan devastadoras pero, qué caray, pudiéndolo hacer como siempre, ¿para qué lo vamos a hacer bien?

Pues esto nos lleva a un término interesante. ¿Conviene regular los sistemas de relación (ahora ya no hablo de Second Life, sino de cualquier foro de relaciones interpersonales, llámese chat, foro, mud, punto de encuentro, etc.) o permitir que la propia evolución de las relaciones encuentre, dialécticamente, su modo de funcionamiento? Me parece más interesante la segunda opción, qué duda cabe, pero interesante no significa esperanzadora, la verdad, viendo el cariz que van tomando las cosas.

Si algo bueno le podemos encontrar a la proliferación de sitios como éste, es el impulso desde el que se lanzan. Seguir investigando en el modo en el que los humanos nos relacionamos, en el que producimos.

Un hito más en ese materialismo dialéctico que fundó Hegel (y Zizek, que es su profeta) para intentar recuperar un modo de pensar que necesitamos.

Una manera de pensar que nos permita vivir mejor, el doble si se puede, pero sin pasar necesariamente por la renuncia de vivir la mitad que nos quieren quitar.