lunes, julio 17, 2006

Abanibi obohebev III

Abanibi obohebev trata de ser una serie de posts -que se irán mezclando con aquellos otros de actualidad que me llamen la atención como hasta ahora- y cuyo leit motiv es el de poner bajo una lente esas verdades que siempre hemos considerado incuestionables. Como, por ejemplo, que abanibi obohebev quiere decir te quiero, amor en hebreo (que resulta que sí significa eso, pero ha sido bueno comprobarlo, ¡hombre, ya!).

Mira que lo he oido veces, y no deja de salirme sarpullido cada vez que lo vuelvo a escuchar. Frasecita antológica: A mi nadie me ha regalado nada.

Y cada vez pienso lo mismo: asi serás tú.

Hay, en el modo de vida que llevamos, un a modo de orgullo imbécil en que la autoestima depende en gran medida de la autosuficiencia.Tanto mejor eres cuanto más independiente te muestras, cuanto menos dependes de los demás, cuanta menos falta te hacen los que te rodean. Es un giro más de tuerca del consabido “tanto tienes, tanto vales”.

En estos giros del lenguaje que se incrustan como tumorcillos en el pensar, es buena costumbre hacerle la prueba del nueve, o ponerlos en negativa, o darles la vuelta, o jugar con los pasivos.

Vamos, que si te han “regalado” algo, si has recibido ayuda, eso es una mácula en tu valía personal. Si tienes amigos que te tienden una mano (y la aceptas), si tu familia se esfuerza por darte lo que quizá para ellos no hubo, si tu hermano te cuida, pues no vales gran cosa, mira tú.

A mi siempre me han parecido de admirar las gentes a quienes todos ayudan, aquéllos que se crean un círculo cordial a su alrededor, en el que todos se prestan apoyo, y se regalan favores, bienes, soporte… no sé. Y me gusta decir con orgullo que a mi me han regalado muchas cosas. Mi gente, mi familia, mis amigos. Serán pocos, pero muy buenos, y me regalan cada día multitud de cosas valiosas. Y mi orgullo y mi valía se demuestran así, con lo que recibo de quien me quiere, y con lo que soy capaz de darles (si es que lo soy). Si lo negara, no sería mejor; sería un miserable.

Lo que me lleva a la segunda reflexión. En un mundo como el nuestro, no se sobrevive en soledad. Afrontémoslo. La sociedad se agrupa con un motivo, y se protege a si misma haciéndose imprescindible (como cualquier organismo vivo). Nadie va a ningún sitio solo. Por lo que, además de insufriblemente ególatra, la dichosa frasecita es siempre una asquerosa mentira. Y una mentira que mancha. No es solamente que falte a la verdad, sino que desprecia las ayudas que recibimos, que ningunea el cariño de quienes nos ayudaron, y que menoscaba el agradecimiento debido a tantas deudas que adquirimos.

Asi que, repetid conmigo cada vez que lo oigáis: Si a ti nadie te ha regalado nada …, pues por algo será. ¡Joyita, que eres una joyita!”.

viernes, julio 14, 2006

Hay abismos…

Ayer tarde, recibí en mi buzon de correo profesional, ese que la empresa pone a mi disposición para asuntos del trabajo, y que poco a poco se va llenando de verdaderas joyas que nada tienen que ver con el laburo, recibí –decía- un inquietante mensaje de una de nuestras responsables de infraestructuras.

Lo transcribo literalmente, cambiando los nombres de las empresas por equis e íes griegas, así como el de la propia aludida (ZZZ en adelante), mera narradora de hechos insólitos:

A las féminas de XXXX:

Han venido esta mañana de la empresa YYY a cambiar los contenedores de compresas y demás, y han visto que en éstos había latas de cocacola, envases de donuts etc..
Os ruego que este tipo de cosas se tiren en otro lugar, y que a lo mejor pongamos unas papeleras aparte.

Un saludo,
ZZZ

Sabrán los dioses si esto es normal en lo consuetudinario de los retretes públicos (o compartidos) femeninos, pero como es un espacio ignoto para un tímido representante del otro bando, me quedé a cuadros.

Primera reflexión: empezaré entonando el mea culpa, reconociendo que mi ignorancia es supina y ni siquiera sabía de la existencia de esos adminículos contenedores en nuestros aseos (o sea, en sus aseos). A poco que se piense en ello, debería de haberlo intuido, pero que no me dio nunca por ahí, ya veis. El caso es que verlo asi escrito, en negro sobre blanco, e imaginar el aparatejo ahí, al otro lado de la pared que tantas veces me ha observado indiscreta en momentos de nobleza incierta, no dejó de sobresaltarme.

Segunda reflexión: Hay un oficio en este mundo, una de cuyas atribuciones es recoger los desechos íntimos de las féminas de un colectivo determinado. O sea, vamos que…cada día me gusta más mi profesión.

Tercera reflexión: ¿La peña? ¿Come y bebe en los aseos de una empresa? Ante lo que se me plantea un dilema. ¿Se recluyen para comer? ¿O aprovechan el momento en que atienden otros menesteres? En el primer caso, creo que hay mejores sitios para poder comer y beber. Es como si la próxima reunión que tengan en el trabajo decidieran hacerla en la enfermeria de la Plaza de las Ventas. No tiene sentido. Y en el segundo caso…, no sé. Se puede producir un continuum digestivo, un a modo de cinta sin fin y sin acaso. Pueden coincidir en espacio/tiempo todos los procesos digestivos, del primero al último. Terrible.

Cuarta reflexión: las prioridades. No somos los humanos muy dados a la mutlitarea, y menos en asuntos escatológicos. ¿Qué es primero? ¿El huevo? ¿O la gallina? Respondamos como ya han demostrado los genetistas: lo primero fue el huevo, pero NO era de gallina.

Hay abismos a los que es mejor no asomarse.

jueves, julio 13, 2006

La materia sonora de la ausencia

En los días que corren, los medios, en su fruición canalla, nos recuerdan (como si lo hubiésemos olvidado) que ya hace 9 años que un concejal de Ermua se nos hizo una ausencia dolorosa y notable. Y sin darse cuenta, esos mismos medios, cainitas y vendidos, convierten un recuerdo en una presencia, y ya todo se tambalea, como si el devenir se volviera loco, y las balas salieran de su nuca para ponérsenos a todos en la boca del estómago.

Pero hoy es la ausencia la que me interesa, por cómo se nos hace presente. Es un hueco tangible, un miembro amputado que nos martiriza con pruritos imposibles. La ausencia se define por oposición, es cuando lo demás no es, existe cuando su objeto ha dejado de existir.

Siempre pensé la ausencia como pienso en la música, por una asociación extraña.
Sloterdijk tiene dicho que el hombre es el metafísico animal de la ausencia, porque el buen hombre se empeña en llevar el pensamiento al marco vivencial de las personas; y de ausencias todos sabemos un rato. En las esferas de las que habla, y en las que vamos teniendo las experiencias que nos hacen personas, las ausencias a lo mejor son sus intersticios. Una vez leí una frase genial, y se me ha perdido su autor, que decia te amo en mis interregnos. Pues asi.

Los humanos somos seres transidos, siempre en movimiento, siempre extranjeros en nuestro pensar, emigrantes de idea en idea. Y en ese viaje infinito suena la música de las ausencias, de las ideas que dejamos. Igual que esas
medianeras que quedan al aire cuando derriban un edificio, un mosaico de pinturas y papeles pintados que decoran lo que ya no existe. Como nos aterra el vacío, cantamos las ausencias, y dado que la presencia no la podemos dar por supuesta (es o no es, alternativamente), nos inventamos los ritos consoladores, fruto de esa autoexperiencia pánica del acto de presencia (Sloterdijk, también). La música es uno de esos ritos.

De hecho, siempre ha habido actos de ausencia validados (socialmente, se entiende). Pero en la modernidad que nos aturulla (y nos hace mejores, no queda otra, cuestión de supervivencia y superación), en la era de la falta de albergue metafísico (
Lukács), ya no hay actos de ausencia validados. Los hay NO validados. O sea, que ya no se sube un tipo a una columna y se pasa siete años mirando la vida pasar. Ya no. Ahora hay drogas y (gracias a los dioses) música. Y otros mecanismos más patológicos, como las disociaciones, que es cenar empanadillas mientras vemos en la televisión cuerpos desmembrados en la última matanza de un país lejano.

Así que cuando escuchamos podemos estar ausentes, o puede que la ausencia se pueda escuchar. A lo mejor la ausencia nos define mejor como pensantes que la presencia, tan pulverulenta ella, con tanta materia que se puede ensuciar. Quizá es la ausencia, y su música, la que nos consuela. En alemán la misma palabra Stimmung vale para humor, estado de ánimo como para voz, sintonía. ¡Fítetu qué cosas!, que decia aquél.

Y ya puestos, hasta podemos revisar el cogito cartesiano, y para pensarme, como acto previo e imprescindible, he de escucharme.

Escucho, luego existo.

miércoles, julio 05, 2006

No quiero razonar

Estimados todos: vuelvo a la carga, despues de tiempos inciertos, en otros que no los son menos.

Y no lo son porque esos animalejos que conducen nuestros destinos se empeñan en que no lo sean. Nunca se ha hecho aquí crónica política, que me libre de ello el dios de los cristianos o el de alguna otra secta de similar pelaje, pero es de notar (y de eso si que se trataba aqui a menudo) lo recio de sus mensajes, lo pacato de su ideario y lo lerdo de sus vocablos.

A cuenta de estas tan traidas y tan llevadas conversaciones con los terroristas que ocupan ya desde hace meses las páginas de todos los diarios, le viene a uno a las mientes, despojada del debate en si, del negocio político que la mueve y conmueve, la sarta de bajezas morales que, adornadas por un lenguaje monocorde y no por ello menos rimbombante, esgrimen unos y otros.

Seria materia de una verdadera tesis las lindezas que unos a otros se dedican, pero me voy a quedar con un detalle, con un aspecto que se escucha a ambas orillas del
Vístula en que nuestro Parlamento se ha convertido, enfangados unos en el fragor de la batalla, y a la espera los otros del desfallecimiento de los contendientes para entrar triunfantes sobre los adoquines cadáveres.

Y este detalle no es otro que la constante llamada al amparo de la Razón (alabada sea, aunque la versal le queda mayúscula a los dialogantes). Nada queda fuera de la Razón, y de ese convencimiento parto para explicar mi náusea. Razonemos dicen los unos; seamos razonables dicen los otros. Constantemente. Sin tregua se invita al electorado (asumámoslo, se acabó la opinión pública, se acabó la ciudadanía; no somos sino electorado a veces -las menos- , o mercado –las más-) a razonar.

Pues no quiero. Caca, culo, pedo y pis (y esto solo es el principio, como diria el simpar Antonio Fraguas). Si la Razón hace años que se hizo mi única religión, razonar me repugna hasta lo insólito, porque me invita a usar la Razón como los otros lo hacen. Razonar se ha convertido en la trivialización de la Razón, haciéndola ya razón minúscula, constreñida, apocada en los pliegues mugrientos de la convención. Razonar como me dictan es un sinsentido (uno más), tan absurdo como asumido, tan desapercibido como peligroso, tan mentira como inteligencia militar, o como hipoteca remunerada.

Quiero una razón autónoma, y quiero tantas razones como individuos. Quiero que razonar solo sea social como consecuencia, y que no sea la Sociedad quien sancione mi Razón. Pues ya se dijo
allende las lindes del norte, que la Razón es un templo, y someter el templo al poder terrenal es, objetivamente, un sacrilegio.

Que razonen ellos, y nos arrullen con sus balidos.