jueves, noviembre 20, 2008

Simon


De pequeñitos (alguno que otro se acordará), en una televisión que entonces denostábamos pero por la que me partiría la cara gustoso hoy en día, uno de los mejores regalos que tuvimos los de nuestra generación fueron unos dibujos animados, una verdadera joya de pensamiento, que se llamaban Simón y el Mundo de los Dibujos hechos a Tiza (algún capítulo hay en YouTube si buscáis como Simon and the Land of Chalk Drawings).

Simón dibujaba cosas en una enorme pizarra que tenía en su habitación, y todo lo que dibujaba se materializaba tras un vallado de madera cercano a su casa; si bien seguían siendo dibujos de tiza, éstos tenían vida propia. Simon, además, visitaba con frecuencia este mundo, saltando el vallado con una escalera cuando tenía necesidad. Los propios dibujos salían a la valla de madera (¡pintados en ella misma!) si tenían que decirle algo a Simon (normalmente le pedían cosas o se lamentaban de algún desaguisado fruto de los nuevos dibujos de Simon, ¡a tal punto llegaba el extrañamiento de las creaciones con el creador!).

El mero hecho de que Simon interactuara con ese mundo, un poco suyo un poco no, a mi me tenía fascinado. Con los años me he dado cuenta por qué.

Simon no era un factotum, como podríamos creer. Es la fantasía de Simon la que genera una realidad, y Simon vive en esa fantasía como uno más, si bien al otro lado de la valla. Como siempre, la fantasía es performativa. No se asemeja a la realidad, sino que genera la Realidad, y se debe buscar la Verdad no tras la fantasía, sino en la fantasía, porque ella es la que la crea y la esconde tras lo Real.

Cuando el niño pierde el cuerpo de la madre, cuando se asoma al abismo inescrutable de su propia identidad, la fantasía acude a nuestro rescate para formarnos, para per-formarnos, para aprovisionarnos de una identidad en la que podamos encajar, y no al revés.

La sociedad (que no es sino un conjunto de individuos que deciden funcionar juntos) siempre ha tratado de favorecer y hasta facilitar este proceso, con las modas, las tribus urbanas, etc. Todo con tal de que el individuo no se angustie ante el lienzo impoluto de una identidad toda por construir, entera por definir.

En otro orden fantástico, son nuestras fantasías sexuales las que determinan cómo nos acercamos los unos a los otros. No fantaseamos con nuestra amada, sino con que la amada nos fantasee. No nos plegamos a sus deseos sino a los nuestros reflejados en sus ojos. El Gran Otro. El Nombre del Padre.

No amamos a quien nos gusta, sino que nos gusta quien decidimos amar, en una dialéctica unívoca, nunca bidireccional.

Por eso podemos amar a solas, y hasta debemos hacerlo. Por eso el amor no necesita objeto fuera de nuestra fantasía, y cuando además encontramos un cuerpo que acariciar se produce esa magia, y por eso yo ya nunca me la creo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y así vivimos nuestras vidas, ávidos por encontrar al ser humano que alimente nuestras fantasías, que las haga más fuertes, tan fuertes que el concepto de fantasía desaparezca de la mente de igual forma que el mentiroso acaba creyéndose su mentira y haciéndola suya.
Y de repente se me viene a la cabeza la religión, en cierto modo y a mi parecer guarda cierta relación. Vive mi vida y serás feliz!!! Sigue mis pasos para no perderte!!

Cuidado amigos, corremos el riesgo de perder nuestra identidad!!!