miércoles, octubre 19, 2005

La palabra "calle" ¿significa "libertad"?

Valga la paráfrasis de una de las letras de Miguel Rios, en que decía que la palabra calle significa libertad para comentar una noticia de las que a uno le encogen el alma.

Miguel, músico progresista en aquel entonces, que imprecaba a los servidores de la ley cuando ejercían su labor represora contra sustancias lúdico-festivas (otra letra del individuo: ¡sal corriendo, esconde el "tate", que la "pasma" está en la calle!) y que ahora no se corta ni un pelo en lanzar a los mismos funcionarios contra quien ose compartir alguna de sus tonadillas en las redes de pares o en la manta, en aquellos momentos fue íntimamente conmovido por su experiencia de hacer un concierto en el patio de un centro penitenciario y departir unas horas con varios cientos de reclusos.

En aquella ocasión le llamó poderosamente la atención que calle cobraba un sentido completamente distinto dentro de los muros de la prisión, diferente de lo que hasta entonces pensaba que era su única acepción.

Hoy he leído en Ideal.es (gracias Emilia) la noticia de que para un hombre, que se me antoja bueno quién sabrá por qué, la palabra cárcel significa hogar.

No tiene nada ni a nadie fuera de la cárcel. Ni oficio, ni beneficio. Con la claridad de la gente sencilla, Eduardo nos cuenta cómo su castigo se ha convertido en su única salvación. Y cuando el castigo que una sociedad impone al delincuente termina siendo para él más bálsamo que represión, más caricia que palo, está claro que es la piel la que ha mutado. Queda saber si ha sido la misma piel de Eduardo, o la de la porra con la que le intentaron reformar.

Cuando una persona se autoinculpa de diversos delitos con el único fin de permanecer guarecido bajo el techo de la trena, deja al mismo tiempo al descubierto por lo menos dos reflexiones. La una nos recuerda que la labor de la prisión, en un estado de derecho, es regeneradora y reinsertora. Eduardo nos enseña, desde los surcos que el miedo al mundo ha labrado en su cara, que eso suele fracasar. Si alguna duda hubiera, además lo dice explíctamente: se sale de una cárcel peor que cuando se entra. Blanco y en botella...

La otra reflexión es, si cabe, menos amable. Y habla de lo violento e inhumano del entorno. De lo invivible que se torna un ambiente cuando se piensa de diferente manera, cuando se crece en otro mundo, cuando, en definitiva, se es distinto. Aunque lo más grave es que todo esto no corresponde a la cárcel. Lo violento, inhumano, invivible es la calle para Eduardo. Ese mundo normal que los demás disfrutamos y que a él se le niega, ya no por justicia, sino por naturaleza, que es más grave.

A Eduardo no hay que reformarle, porque su único delito fue el de robar un frasco de colonia hace nada menos que 32 años (tirando por bajo). Y ya no sabe uno siquiera si habría que reinsertarle. A él le ha sacado el sistema de la calle para transformarle no se sabe muy bien en qué. Le ha sacado de su libertad para ya nunca poder devolvérsela.

Para él ya no queda calle, ni libertad, ni sitio en el mundo que no tenga rejas. A él se le ha insertado en su código genético el triste cántico del ¡que vivan las caenas!.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Demasiado trasmutado, parafraseado y customizado para que yo lo entienda, a ver si nos explicamos mejor en un idioma menos galáctico.